“Antes, sin darnos cuenta, jugábamos con los niños y los educábamos. Hoy pensamos que es mejor que aprovechen el tiempo con una clase de inglés” (E. Estivill)
Hoy en día, al plantearnos cómo proceder ante la educación de los niños, comprobamos que muchos padres parecen preocuparse soberanamente por ese concepto incomprendido llamado “inteligencia”. Resulta curioso que con los conocimientos y el avance exponencial que ha experimentado nuestra sociedad en los últimos 20 años en materia de neurociencias, los adultos anden cada vez más preocupados porque sus hijos resulten “inteligentes” almacenando datos formales de forma eficaz, que por contagiar a los niños con el placer de aprender jugando.
Es precisamente a través de las propuestas lúdicas y no con las actividades más académicas o estructuradas, como los niños menores de 6 años desarrollan sus habilidades intelectuales básicas, como la imaginación, el lenguaje y la capacidad de razonamiento. (Ana Torres Jack)
Hablar de estimulación precoz, inteligencia emocional, desarrollo de la creatividad, del cerebro musical o del talento artístico, resultan vocablos atrayentes para los padres. Con la excusa de que “los niños son como esponjas”, se les programa cada minuto del día con clases de inglés extraescolares, las horas de conservatorio que necesitarán, e incluso los domingos que deberá dedicar exclusivamente a aprender a jugar al ajedrez. Toda esta programación neurótica de la vida del niño pequeño, que apenas ha empezado a abrir los ojos al mundo, no es más que un empeño equivocado de los padres, por fabricar “hijos inteligentes”.
Pues bien, este hecho puede resultar devastador para su desarrollo. Pensemos en un niño que se siente permanentemente evaluado, medido y valorado por sus logros, ¿qué estamos haciendo? Lo más probable es que estemos aniquilando su seguridad y el desarrollo de su autoestima, al entender que el amor de sus padres no es incondicional, pues depende directamente de sus progresos o los objetivos alcanzados (que previamente sus progenitores han determinado). Por otro lado, debe destacarse que sin un buen desarrollo emocional, a la persona le será muy difícil alcanzar los niveles de excelencia intelectual deseados.
Existen determinadas circunstancias, estilos educativos y actuaciones a nivel pedagógico que permiten a los niños alcanzar un óptimo desarrollo de sus capacidades y fomentan la creatividad, la curiosidad y el talento. Aquí la labor de la familia es fundamental e insustituible.
Como sabemos, en los primeros años de vida (hasta los 6 años aproximadamente) ocurren transformaciones veloces y muy complejas a nivel de desarrollo. Es en este periodo cuando solidifica la inteligencia simbólica, que es la que nos permite representar las cosas que no están presentes. El lenguaje alcanza su pleno desarrollo formal. La inteligencia lógica y el razonamiento ponen sus primeros cimientos. Y la imaginación y la fantasía, se encuentran en pleno apogeo.
¿No es este un buen momento para que padres y maestros intenten enriquecer las vivencias de los niños para así favorecer su desarrollo intelectual?